“Sólo faltan unos metros para la cima, a tus pies, el mundo. El corazón te late con fuerza, notas el aire frío en la cara y de repente, como si fuera posible, el tiempo se para. Allí sólo estáis tú, la montaña y un mar infinito de paz que lo envuelve todo.”

¿Lo has vivido alguna vez? Seguro que sí. Es un sentimiento universal que traspasa fronteras, tan global que forma parte del ser humano desde sus orígenes, por eso no hay religión o culto que no reconozca que las montañas son el mejor lugar para encontrar la paz.
Y si crees que exagero, sal a dar un paseo por las calles de tu ciudad, y en menos de lo que esperas, sin necesidad de calzar las botas de montaña, te encontrarás “haciendo senderismo” por alguna sierra, “subiendo” un pico o “vadeando” un río, ya que no son pocas las calles que tienen el nombre de estos fantásticos accidentes geográficos. ¿De verdad crees que es por casualidad?
Los nombres de picos, montes, valles, ríos, barrancos, sierras, vientos o puntos cardinales, se han usado y se usarán para nombrar las calles de ciudades y villas, pero no sólo porque la dirección de su trazado señale hacia el accidente geográfico que le da nombre. En algunos casos existe una razón menos evidente para llamarlas así: la convivencia.
En el caso de Valencia (mi ciudad), a principios del siglo XX se produjo un crecimiento de los núcleos urbanos que rodeaban la urbe y cuya expansión se hizo sin ningún tipo de plan urbanístico, llenándose de nuevas calles . La proliferación de las industrias y los negocios en esas zonas sirvió de espuela para que la administración de la ciudad tuviera que ponerles nombre. ¿Cómo si no iban a llegar las mercancías a esos negocios?

Tras la guerra civil todavía quedaban por rotular más de 400 calles sin nombre a las que había que bautizar.
Por un lado los vencedores (si es que alguien a día de hoy cree que en un fratricidio pueden haber vencedores y vencidos), queriendo pasar a la inmortalidad, y por otro lado las peticiones de los cientos de vecinos que allí vivían… ¿Te imaginas el panorama?
Pero por suerte ahí estaban las montañas, los valles y los ríos para dar nombre a esa infinidad de calles, y así, en 1946, empezaron a rotularse oficialmente con topónimos las que hoy permiten transitar el barrio de Monteolivete, el barrio de Benicalap o la población de Burjasot.
De esa manera, picos como el Peñagolosa, el Garbí o el Benicadell acabaron por llevar la paz que se respira en sus cimas a los barrios de la periferia valenciana, porque sus nombres y lo que representan no pueden molestar “ningún interés público ni privado”.
¿Conoces algún caso así en tu ciudad? Si es así, me encantaría que nos lo contases.
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Para saber más:
http://cadenaser.com/emisora/2016/04/06/radio_valencia/1459938541_032333.html
https://elpais.com/diario/1999/10/20/cvalenciana/940447100_850215.html
https://valentinatopofilia.wordpress.com
http://callesyplazasdevalencia.blogspot.com.es/